Para la depresión, nada como que el Sevilla llame a tu casa con un balón en la mano. Todos los malos rollos, los fantasmas y los temores que mortifican al anfitrión de turno desaparecen como por ensalmo. Le pasó a un Athletic que aún miraba abajo con angustia, a un Real Madrid asaeteado por su entorno y también a un Celta que era, y aún es, puro dolor. Cómo no le iba a pasar también al Villarreal, que empezó a sanar sus heridas infligiendo un aparatoso 3-0 al lánguido equipo de Pablo Machín, la cuarta derrota seguida en la Liga. Y sin hacer un solo gol. El Sevilla de la hora no sabe hacia dónde va cuando sale de su nido de Nervión. Por eso no le queda ya colchón alguno donde dormir tranquilo con la preciada plaza de Champions bajo la almohada.