La dolorosa gestión de la prórroga, con la única excepción del gran centro de Promes a la testa del Mudo Vázquez, fue un reflejo vívido de todos los defectos que arrastra este lánguido y contrahecho Sevilla de Machín y de Caparrós. Un equipo con un físico menudo –medio equipo inicial no llegaba siquiera al metro ochenta, frente a las profusas torres enemigas–, que se postró ante las raciales, destempladas y rústicas acometidas del Slavia de Praga; un equipo sin carácter ni manejo para al menos paliar ese déficit muscular, salir de la cueva en el asedio final y tirar del otro fútbol para sofocar las embestidas checas; un equipo, también, al que los refuerzos de esta temporada no terminan de darle vuelo. Hoy parece un despilfarro abonar 39 millones de euros por Andre Silva, cuando más de uno, en otoño, pensaba en hacer el negocio del siglo –y eso, en el Sevilla, es muchísimo– en el próximo mercado estival con la reventa del portugués. Hasta Vaclik, que insinuó que su recuperación física no era completa al golpear con los pies el balón, parece cada vez peor portero. Cuando las dinámicas son negativas, cuando las corrientes son tan contrarias, se lo lleva por delante todo. Hasta a un portero que tardó poquísimo en ser ídolo de nuevo cuño del sevillismo.