Como un gato al que le hubieran pisado el rabo, Éver Banega (Rosario, 1988) se dirigió el domingo pasado al árbitro cuando observó que Wöber, su compañero del Sevilla, se retorcía de dolor (con el menisco roto) y el colegiado ni siquiera había pitado falta. Después de rosarino y leproso (así llaman a los seguidores de Newell’s), Banega se siente sevillista y sevillano. El fútbol es una suma de sentimientos y el ’10’ del Sevilla tiene para escribir un libro del asunto. De aquel joven genio, atribulado, excéntrico y viva la virgen que conocieron en Valencia no queda ni rastro. El argentino, que despidió a Marcelo Simonian, su representante de siempre, le ha dicho a sus nuevos agentes (Dodici) que lleguen a un acuerdo para ampliar su contrato por tres años más como mínimo, porque cuando finalice el rosarino quiere montarse en el último tren de su carrera deportiva luciendo la camiseta de Newell’s Olds Boys.
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