Los equipos suelen distinguirse por un trazo, que los define a vuelapluma. Y el del Villarreal siempre ha sido su juego combinativo bajo un marcado equilibrio, el que le han procurado sus abundantes mediocampistas con buen pie. El paradigma de ese modelo fue aquel que jugaba 4-4-2, con cuatro interiores en la zona ancha, que tan buen resultado dio con Manuel Pellegrini al mando. De aquel gran bloque –porque era todo un bloque– ha vuelto uno de sus más finos representantes, Santi Cazorla, para interpretar esa filosofía. Pero con matices: el equilibrio táctico, tan acusado en las temporadas en las que el Villarreal acabó visando su pasaporte, no termina de fraguar. La defensa concede demasiado y, si bien la notable producción ofensiva sacó a flote al submarino amarillo durante las diez primeras jornadas –era el equipo con más goles a favor, 24–, en el momento en que el pozo se ha secado en las posiciones más avanzadas, se ha bloqueado.