No hay que ser muy agorero para saber que al Sevilla de Julen Lopetegui no le viene bien llegar al final de ningún partido con un escaso margen de 0-1, pero no porque sea un equipo con mala suerte, sino porque cualquier equipo, en la Liga de la que tanto presume Javier Tebas, puede marcar en cualquier jugada. Ese riesgo, esa contigencia de que pueda empatarte el rival por muy controlado que tú tengas el partido, es algo que permanece incólume en el nuevo fútbol. A Lopetegui se le vieron dos viejas manías: no apuntillar al rival con otro gol y una mala lectura de los cambios, ahora con cinco. Como en el derbi, los cambios empeoraron al Sevilla. La salida de Fernando y un doble lateral izquierdo propició la contingencia del empate: antes que acorazar al equipo, éste se atornilló de forma desordenada y, de pronto, pareció un pelele a manos de un Levante que había sufrido la férrea puesta en escena de un equipo superior. Que Hernández Hernández pitara faltita en el 0-2 anulado a Diego Carlos es otra contigencia.