Nadie nace grande. Hubo un tiempo en que el Real Madrid era uno más. Y se puso a ganar Copas de Europa, hasta cinco seguidas. Algo parecido, siempre salvando las distancias, le ha ocurrido al Sevilla. Era uno más, pero desde 2006 ha crecido más que nadie. Y ya no va a menguar. El lago de su chaparrón sin fin ya no se va a secar. La dimensión de su grandeza se refleja en detalles como ese vídeo de Rafa Nadal, deseando suerte a los sevillistas antes de la final. El club va en la línea del manacorí: entrega al límite para una épica ganadora más allá de nuestras fronteras… y un pero. Rafael Nadal gana en París como sale el sol cada mañana, pero por más que gane, el público francés le sigue haciendo la cobra y le niega los (simbólicos) besos que merece. Y al Sevilla le ocurre algo similar. Su gesta ya es única, nadie ha ganado las seis primeras finales continentales que disputó, pero en España el personal no se rinde a tamaña conquista como la obra merece. Ni falta que le hace al club de Nervión, cuya tropa de enemigos derrotados y resentidos en los campos de batalla es la que da color al épico cuadro que pinta desde el gol de Puerta.