El fútbol, pese a su supermercantilización, pese a que el aficionado cada vez cuenta menos en una industria con rasgos de gigantismo, sigue teniendo factores sentimentales como la identificación. Y el Sevilla es un club que, a fuerza de mantener su esencia al tiempo que gana títulos y se codea con la alta aristocracia europea, aun en inferioridad de condiciones estructurales, tiene una fuerza centrípeta especial que hace arder el hogar de la identificación. Ese vínculo sentimental era normal en jugadores que alcanzaron la fama mundial por ser de la tierra: léase Jesús Navas o Reyes. Y es más destacable en otros foráneos que ganaron más dinero fuera: Banega. Mucho más lo es en el caso de Rakitic, que vuelve al Sevilla tras su paso por el Barça de Messi, ese transatlántico ahora a la deriva. Rakitic aúna calidad técnica, capacidad de sacrificio, dotes de liderazgo y un carisma que traspasa su identificación con la ciudad y el club a través de su familia sevillana y sevillista.