Aunque uno tiene ya sus añitos, no hace falta ser muy viejo para tener el vaso de la indignación a rebosar… o rebosando. Para empezar, espantemos a los demagogos. No se trata de debatir sobre si hay que intentar eliminar todo cántico que incite a la violencia en los estadios. Claro que hay que perseguirlo. Tampoco se trata de defender a los violentos, sean de los Biris Norte, los que siempre la lían en las celebraciones del Madrid o del Barça –nunca en Sevilla, por cierto– o veteranos nostálgicos de Fuerza Nueva ahora reconvertidos en adalides de la paz. De lo que uno está harto es de que siempre se elija la ciudad de Sevilla como campo de pruebas del nuevo armamento, como un descampado en el que el niño rico y mimado puede probar sus juguetes sin temor a represalias.