Hay versos, probablemente los mejores, que se explican solos. Que a cualquiera emocionan y que cualquiera entiende, porque los convierte en suyos. Es decir, que traspasan el papel o la voz y se instalan para siempre en un misterioso recoveco del cerebro. Ahí se atrincheran, aparentemente en calma, dispuestos a atacar en algún momento de nuestras vidas, generalmente cuando andamos con las defensas bajas. En mi caso, de forma casi indefectible, suelen aflorar con el fútbol.