Míchel se volvió loco en pretemporada al verlo entrenar. «Está en todos lados», le dijo a uno de sus hombres. Acababa de ver a un futbolista con una proyección enorme pero absolutamente desorientado fuera del terreno de juego. Era Geoffrey Kondogbia, un niño con cara de hombre. Serio, con mirada desafiante y, sin embargo, frágil y quebradizo. En los últimos ocho años había hecho siempre lo mismo. De casa a entrenar y de entrenar a casa. Y siempre, en el Lens.