De niño, Adriano Correia (Paraná, 26-10-84) se escapaba del colegio detrás de un balón. Su madre limpiaba casas y su padre trabajaba en la cadena metalúrgica de una fábrica en Curitiba. Nunca le faltó un plato en la mesa pero no sobró nada en aquella casa humilde donde aprendió valores que ahora transmite a sus hijos y, al tiempo, decidió que quería ser futbolista tras asistir a un Curitiba-Palmeiras.