Decía Caparrós cuando trataba de levantar a una institución entonces quebrada —año 2001, apenas unos meses antes de conseguir el ascenso a la Primera división— que tanta azúcar para sus jugadores, tantas palabras de elogio de los medios y afición a sus pupilos podría ser el máximo perjuicio. No le gustaba al utrerano que el futbolista, cuando empezaba a sacar la cabeza en la Segunda división, pudiera confundirse y encontrara un escenario equivocado.