Cuando Jorge Sampaoli aterrizó en Sevilla la duda se instaló en la afición como pocas veces se vio antes. No hablo de la caña dada por el amarillismo ávido de polémica y de incendios, que ese lo doy por amortizado y cuyo importancia es cero. Hablo de la gente normal y sin intereses espurios que dudaba de la nueva senda adoptada por Monchi, como no podía ser de otra forma: primero porque se acababa de ir un entrenador que nos había hecho ampliar la sala de trofeos y segundo porque el nuevo era un señor de 57 años, sin experiencia en Europa, con Lillo de enlace, y que en su primera rueda de prensa habla de amateurismo. Por tanto, a la habitual duda a lo desconocido había que sumarle ciertos condicionantes lógicos.
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