El Sevilla de Unai Emery recordó por un día la versión mala del de Míchel. Quiso mandar, sacar la pelota desde atrás, sobarla y sobarla en busca de hallar el resquicio, pero sin velocidad, sin ritmo, sin chispa, sin rupturas ni desmarques que hicieran siquiera zarandearse al entramado dispuesto por Gregorio Manzano. En cambio, se mostró muy frágil en defensa, tanto a balón parado como en las numerosas transiciones que propició por su endeblez en la medular. La consecuencia no podía ser otra que una derrota que hace muchísimo daño al programa diseñado por el guipuzcoano.