Que el director deportivo concentre sus fuerzas, sus cinco sentidos y su sangre hirviendo en la búsqueda del gafe que anida en las tripas de Nervión. Él, que tanto sabe de supersticiones. Que calcaba las concentraciones de pretemporada en Isla Canela con precisión de cirujano, de un verano a otro, por aquello de no tentar a la suerte. Resoplaría el utrerano y miraría al cielo en cuanto vio la traumática torsión del codo derecho de Amadou tras su tropiezo con Mehdi-Carcela y caer a la hierba. Era el minuto 11 y de las gradas del Ramón Sánchez-Pizjuán, más animadas de lo que la temprana hora y la altísima temperatura presagiaban, brotó un quejido, un hondo lamento.