Lo primero que hay que aplaudirle a Chicharito es su aversión a la comodidad. En los últimos años ha optado ya dos veces por asumir retos que, al menos en el papel, sonaban casi imposibles. De los dos, quizá el más difícil fue el primero. Dejar Guadalajara para intentar hacerla en el Manchester United parecía entonces una misión kamikaze, sobre todo para un chamaco de poca experiencia y cierta fragilidad física. Quizá más que ningún otro, el futbol inglés se juega desde la fortaleza. Es una liga de atletas y pugilistas, donde la picardía tiende a contar menos que la velocidad, la fuerza y hasta la rudeza. A todo esto habría que sumar el carácter del equipo al que llegaba Chicharito. Es justo asumir que un vestuario encabezado por Wayne Rooney y Alex Ferguson no se andaba con bromas. A todo eso se impuso Javier Hernández, aprovechando cada oportunidad, ganándose el aprecio de propios y extraños.