El Sevilla atraviesa un momento delicado. El subidón del empate en el Calderón ha dejado una resaca larga y el dolor de cabeza no remite por muchas ideas que innove Unai Emery y por muchas piedras que quiera apartar del camino de su dubitativo equipo. La racha de viento ha cambiado y lo que antes soplaba tibiamente a favor ahora es un vendaval racheado, como el que sufrieron los valientes aficionados que se dieron cita en Nervión, que arrecia en contra. La mejor prueba de este giro fue el gol del empate del Barça, en clamoroso fuera de juego tras una falta rigurosa -Pareja rebañó el balón antes de arrastrar a Messi, ¿o es nostalgia del fútbol del siglo XX?-. Pero ese gol, una chinita en otras circunstancias, se convirtió en una piedra, y la piedra acabó en pedrusco difícil de digerir.