Desde el otro barrio, por donde el palmeral y el oasis, nos llegan las voces lastimadas de los heridos por la envidia. Es un lagrimeo torrencial, como un monzón preñado de tristeza, que inunda los callejones de las tabernas donde los compadres esperan ver el sol del próximo sábado. Casados y solteros, leones y gatas, herrerianos y costumbristas coinciden en definirnos como consortes de la suerte. Y a mí eso me hace temblar de placer.