El Sevilla hace tiempo que se instaló en la base ideal para competir y tratar de llevar los encuentros a su ritmo: intensidad, presión y empuje. Así es imbatible. Lo demostró el sábado ante el Barcelona en un encuentro que en el minuto 30 perdía por 0-2 y lo certificó por la forma en la que lo hizo. Once gladiadores, jaleados por su afición, se terminaron comiendo al todopoderoso conjunto culé, empataron el encuentro con los goles de Banega y Gameiro y expusieron que no hay mejor escudo que creer en uno mismo. Hasta el final. Este Sevilla es puro alma. Es la superación. Una y otra vez.