Al actual Sevilla sólo le faltaban dos días negros seguidos para lanzar al aire toda la incertidumbre acumulada en los últimos meses. Bastaron dos planteamientos erróneos ante Betis y Getafe y tres lesiones graves para descubrir inesperadamente aspectos que todavía no se tenían en cuenta en esa mochila de dudas que lleva cada sevillista a sus espaldas desde hace tiempo. Uno de esos aspectos apunta al entrenador. Elogiado, y con razón, desde todos los sitios y uno de los fichajes que más consenso produjeron, Pablo Machín pecó de temeroso en el Villamarín y de poco avispado ante un Getafe que no escondía sus cartas: presión al doble pivote sevillista y reducción de espacios atrás.