Parecía el momento idóneo para hacer cambios, tras muchos partidos exigentes jugando con los mismos once, casi sin hacer sustituciones o realizándolas, llegado el caso, muy tarde. Montella tenía sus motivos: tras las rotaciones a discreción de Berizzo, necesitaba formar un equipo, sobre todo. Y lo consiguió, pues, pese al desastre de Eibar, desde el Calderón se había apreciado un Sevilla más hecho y con un estilo definido. Nadie, por ello, esperaba tal descalabro. El resumen es que en Ipurua se enfrentó un equipo que lleva años jugando de memoria contra otro que está en febrero aún de pretemporada.