Si algo caracterizó a Jorge Sampaoli desde su llegada a Sevilla, y bueno es recordarlo ahora que ya casi tiene hechas las maletas rumbo a Buenos Aires, fue su mensaje romántico, soñador, fresco e idealista. Gracias a él, convenció primero a sus futbolistas y luego a la afición y a la prensa de que era factible repetir la historia de David y Goliat. Luego, el fútbol y sus leyes labradas sobre la piedra infungible del dinero, fue poniendo a cada uno en su sitio y lo que se antojaba, meses atrás, como una cita en todo lo alto de la Liga no es ni más ni menos que otra visita rutinaria al Santiago Bernabéu, con algunos matices diferenciadores, como es lógico.
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