Se utiliza a menudo el calificativo de final -pienso que erróneamente- para referirse en el fútbol a cualquier partido importante, decisivo si se quiere, para cumplir cualquier obejtivo marcado. El matiz de una final es diferente a lo que hoy está en juego en el estadio Ramón Sánchez-Pizjuán. Una final tiene dos polos opuestos en su consecución, la decepción o el clímax. Si una final se pierde es fracasar en un objetivo, pero si se gana tiene el premio de un título, una celebración, unos actos institucionales que llevar a cabo, la fusión con una afición enloquecida… Lo entenderán perfectamente los sevillistas cuando piensen en el 21 de abril, sábado de Feria, en el Wanda Metropolitano.