El exceso de idealismo, convertido en falta de realismo, es pernicioso en algo tan prosaico como el fútbol. Todos los mensajes de juego ofensivo, de sueños de equipos con once centrocampistas, de sometimiento al rival con el balón lo más lejos posible del área propia pueden valer en una literaria conferencia sobre la parte más bella de este deporte: la creatividad en la búsqueda del gol. Pero competir por altas metas también implica tener los pies plantados en el suelo, sobre un pilar clave: la defensa. En el Sevilla de Jorge Sampaoli y Juanma Lillo, y de Monchi, ha habido algo de desprecio a ese concepto y en La Rosaleda la lucha por el tercer puesto se esfumó por ahí.
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