Eran los caminos de ida testigos de los mismos rituales. Había que salir con la hora justa salvo los días importantes, que podías recrearte con el atardecer reflejado en los árboles floridos mientras te acercabas a la esquina de La Espumosa. Al llegar veías cómo grupos de jóvenes daban color rojo al cielo de Sevilla con el humo de las bengalas y el olor de la pólvora. Las previas eran, para bien y para mal, inolvidables: he visto un caballo desbocado que ya quisiera un pijo borracho en la Feria; he llegado a temer por mi vida a la salida del equipo de Los Lebreros…