Se marcha Éver Banega del Sevilla. A más de uno ya le empiezan a resbalar las lágrimas por sus mejillas sabiendo que no verá más al 10 defendiendo su camiseta. Levitando encima de los adversarios que acuden prestos a derribarlo, mientras él está en otra parte, como si estuviera en trance. Una desconexión de la realidad que sólo se explica con esa forma tan suya de entender el juego. De vivirlo e interpretarlo. De liderarlo y saborearlo. De disfrutar y dibujar sonrisas en todo aquel que lo ve danzando, a un ritmo lento, con la pelota como su pareja de baile. Mañana, en toda una final de la Europa League, será el último día con la camiseta del Sevilla. Hasta aquí ha llegado su camino, dejando un huella imposible de borrar.