Cómo iba a rechazar los focos Joaquín Caparrós en la tarde que tocaba recoger todos los parabienes que le iban a llover de la grada. Y le llovieron por miles. Empapado acabó el utrerano de recibirlos. El traje le pesaba más que un remordimiento cuando acabó el partido. Le pesaba más, incluso, que el remordimiento que le hubiera perseguido el resto de su vida si hubiera esquivado el marrón que le presentó Pepe Castro tras darle el boleto a Vincenzo Montella.
