Ese «ya estamos clasificados» se me sigue antojando rarito, como si la última lección de lo que siente el hincha del Sevilla aún no la hubiese visto. Y llegamos a las formas. Porque hay maneras de ganar y perder. Que a la mayoría le gusta doblegar al rival haciendo un fútbol rápido, ágil, de muchas ocasiones y, si es con goleada amplia mejor, no se le escapa a nadie. Aunque al sevillista, la victoria de Huesca le supo como pocas. Porque también enarbola la bandera de ser más papista que el Papa. Si el daño es irreparable, con gol de la victoria en el añadido, doble alegría. Si el partido es feo, más lo soy yo, que encima gano. No obstante, no me refería a esto exactamente. Quizás el técnico no haya alcanzado a conocer que el sevillismo no perdona el sonrojo. El bochorno. El caer sin apretar los dientes, el verte superado sin el más mínimo titubeo por parte de nadie. Que a excepción de Jordán, que ha buscado la amarilla con descaro, nadie ha endurecido el baile inglés.