Triunfo sufrido para un Sevilla que ganó, otra vez, en autoestima al ser capaz de remontar al Mallorca, a un equipo de Joaquín Caparrós con todo lo que eso conlleva de dificultad, que se adelantó en dos ocasiones. Pero los hombres de Míchel, lejos de dar su brazo a torcer y, por qué no decirlo, de dejarse llevar por esos silbidos que empezaron a surgir en las gradas con el 1-2, demostraron que tienen sangre en las venas, que sienten y padecen, y se rebelaron contra las circunstancias. Hasta el punto de acabar el partido con una sonrisa de oreja a oreja y darle un valor tremendo a tres puntos que, a priori, eran considerados como una obligación.