Pasarán décadas hasta que vuelva a producirse el rito de la despedida de un ejecutivo, de un gestor, como el que vivió Monchi, si es que se produce. Ramón Rodríguez Verdejo tuvo su tarde ideal, su homenaje redondo, desde los prolegómenos emotivos y canoros en las afueras del estadio hasta la media docena de goles, todos marcados por futbolistas fichados por él, por ese dios creador del Sevilla de los prodigios que, como castigo por su afán inconsciente de eternidad, sufrió el castigo de Sísifo: si el personaje mítico tuvo que acarrear una y otra vez a lo alto de una montaña una roca que rodaba hacia abajo al coronar la cima, él tuvo que reconstruir su equipo año sí y año también después de haberlo llevado a la cima del éxito.
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