Se levantó el sevillista con una sensación diferente este sábado. Llevaba desde comienzos de marzo sin ganar en LaLiga y ha encadenado siete resacas ligueras jurando en Arameo contra sus jugadores por una mala imagen en los duelos que disputó justo antes del que jugó el pasado viernes. Sólo la Liga de Campeones sanó un poco las heridas, porque la final de la Copa del Rey se transformó en ácido sobre las heridas que ya tenía el equipo y, por ende, el sevillista. La solución contra los corazones dañados sólo podía ser una: Joaquín Caparrós. La grada no tardó nada en demostrar que le gustaba su presencia en el banquillo, aplaudiendo su aparición en el marcador del estadio. Pero esto es fútbol, y como tal, de nada valen las sensaciones y las caras amables si no se acaban logrando los tres puntos. El Sevilla cortó la racha negativa con una victoria al más puro estilo Caparrós que deja, además, varios aspectos a analizar.
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