Hay veces, no sabe uno muy bien porqué, donde nace el éxtasis más absoluto en situaciones que no son las más propicias a priori. Míticos ambientes místicos surgidos casi de la nada donde te elevas a un nivel absolutamente supremo al que jamás pensabas que ibas a poder llegar porque, en realidad, tampoco pretendías hacerlo. No sé. Un día cualquiera de julio que sales por la noche para combatir la canícula sin más pretensión que dar un paseo por Sevilla, y, no sabes muy bien cómo, pero terminas de madrugada en la terraza del Doña María acompañado de la persona que amas, la de balón en la siniestra, y viendo la Giralda iluminada de fondo.