Cuando Martin Atkinson pitó el final de la Europa League en el estadio Nacional de Varsovia, el sevillismo explotó de júbilo y el banquillo saltó al campo para celebrarlo con el resto de compañeros. Los focos se dirigieron entonces al único hombre que permacía sentado, con la cara entre las manos, llorando desconsoladamente: Carlos Arturo Bacca Ahumada.