Víctor Orta se hizo cargo de la Dirección Deportiva del Sevilla FC en una situación complicada, tras la abrupta salida de Monchi, sin apenas tiempo para planificar el mercado y con una amplia nómina de jugadores a los que dar salida.
La sensación final que dejó, una vez cerrado el mercado, es que no lo había hecho nada mal, a tenor de las entradas y salidas que se habían producido.
Pero Orta se vino arriba y empezaron las malas decisiones. En primer lugar con la premura con la que se echó a Mendilibar, cuando el equipo ya iba cogiendo aire, tras unos partidos con el mercado abierto donde los jugadores no dieron la talla.
Porteriormente llegó su gran cagada, al basarse en la inspiración divina y una conversación durante un asado, para convencer al Comité Ejecutivo de que el hombre indicado para llevar las riendas del Sevilla FC era Diego Alonso.
Por último, ha sido su empecinamiento en mantener al técnico uruguayo, a pesar de que nunca ganaba, mientras se tiraba la competición europea y se asomaba a los puestos de descenso.
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Al final llegó la cordura y se firmó al hombre con el que también se reunieron en Madrid durante el casting para suplir a Mendilibar, pero al que no quisieron darle los dos años de contrato, que ahora sí han tenido que tragar.
En definitiva, una decisión coherente, dejando a un lado los aires de grandeza de mánager general.
