Relataba Rafa Paz hace apenas unos días que antes de disputar su primer derbi empezó a verlo todo en rojo y verde. Fue curioso. Había llegado unos años atrás a Sevilla, e incluso se midió al Betis con el filial sevillista en un partido de la Copa del Rey, pero todo cambió en su percepción cuando en 1986, en solamente tres meses, de septiembre a diciembre, disputó dos derbis y empezó a asimilar y entender que se cocía en torno a un partido tan especial en una ciudad tan peculiar. El derbi lo conquistó para siempre.