La memoria en el fútbol, como en otros campos, es caprichosa y selectiva. Un mismo hecho se distorsiona al pasar por el imperfecto tamiz del recuerdo hasta desfigurarse, como si ante un espejo cóncavo de feria estuviese el sujeto que analiza su pasado. Algo así ocurre con ese sevillismo que admiró al Celta de Berizzo por aquel baile que le dio al Sevilla de Emery en un cálido mediodía de finales de verano en 2015 y que olvidó cómo ese mismo Celta se hizo el harakiri en las semifinales de la Copa del Rey en el mismo escenario, en el invierno de 2016, tirándose de cabeza al embudo trampa que le puso el técnico sevillista. Aquella temporada fue magnífica para los dos; el Celta fue sexto, y tuvo un feliz regreso a Europa tras dejar atrás su particular purgatorio, y el Sevilla fue séptimo, pero ganó su tercera Liga Europa, al Liverpool precisamente, y fue subcampeón de la Copa del Rey.