El fútbol cierra con la misma celeridad las batallas más brillantes y las que se aconseja olvidar rápido. Quizá no, seguro, que el sevillismo aún tiene en mente la exhibición de resistencia y coraje que su equipo protagonizó ante el Bayern Múnich el pasado jueves, pero el grupo que dirige Julen Lopetegui está aleccionado para enterrar y pisotear con decisión cualquier mención del pasado. La Liga abre un nuevo camino, con nuevas ilusiones, frente a los ojos de un Sevilla que mira al frente con ambición, que considera que no ha crecido aún lo suficiente y que se agarra a lo que enseñó al mundo en Budapest para convencerse a sí mismo y hacerlo con los demás de que ya no está dispuesto a ir de invitado a la fiesta. Y que nadie dude que lo hará si no le ponen palos en las ruedas.