Desde el primer minuto de la junta de accionistas se sabía que no iban a ser horas fáciles para la mesa del consejo de administración. Antes siquiera de que abriera fuego el presidente con su discurso, ya se encontró con lo que le iba a esperar durante toda la tarde noche: preguntas, peticiones y reclamaciones para que desde su consejo y su propia persona dejaran claro si los accionistas mayoritarios iban a atender a una futura venta de sus respectivos paquetes y, por ende, del control del Sevilla. Pitos y abucheos. Ya las declaraciones intermedias no cerraban la puerta. El presidente José Castro se afanó en repetir una y otra vez que «no hemos vendido nada», pero contrarrestaba poco después afirmando que «los accionistas mayoritarios tenemos los mismos derechos a vender que aquellos que ya lo han hecho».
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