Quien vio jugar a Maradona, fallecido este miércoles en su casa de Buenos Aires, en el Sevilla no puede decir que su rendimiento fuera un fracaso. Físicamente bien o físicamente mal, en lucha continua con la báscula, siempre dejaba detalles. Su calidad estaba presente siempre. Otra cosa fue que no cumpliera las expectativas, pero en todo tuvo que ver lo extradeportivo, la relación con la directiva que se fue pudriendo por momentos, la aparición del detective privado y todo lo demás que puso fin a la historia. Todo se truncó cuando, en víspera de un partido de Liga en Las Gaunas viajó a Argentina sin consentimiento del club para jugar un partido con la selección albiceleste. Llegó en un avión privado a tiempo para jugar con el Logroñés, pero el enfado de Cuervas hizo que tanto Diego como Simeone fueran multados. Desde ese momento, Maradona se siente traicionado. Deja de acudir a los entrenamientos, descuida su forma física y empieza a protagonizar un escándalo tras otro. Fue entonces cuando el Sevilla vio la ocasión de agarrarse a su comportamiento para no pagar los compromisos que había adquirido con Diarma.