La salida de Jesús Navas del Ramón Sánchez Pizjuán el pasado verano supuso, además de un menoscabo en el nivel futbolístico del Sevilla FC, un movimiento de muchísima carga simbólica. Canterano criado con mimo, de la tierra y siempre vinculado al club, con el adiós del extremo de Los Palacios, el sevillismo perdía a una referencia ineludible. Al último eslabón que mantenía el vínculo con el laureado Sevilla de la segunda mitad de la pasada década. Al futbolista, en definitiva, que la afición de Nervión había adoptado como hijo predilecto, guía espiritual y jugador franquicia. Huérfano del ’7′, el público sevillista afrontaba una nueva era inmerso en la mayor de las incertidumbres.