María del Pino Pérez, la madre de Vitolo, se despertaba la primera. Y se dormía la última. El niño, en el piso familiar en la calle Sabino Berthelot, Las Palmas, empezaba a correr a las siete de la mañana y se podía quedar hasta las once o doce de la noche moviéndose sin parar. Parecía un manojo de nervios. No se cansaba nunca y dejaba a las dos hermanas mayores, Tania y Jennifer, nerviositas perdidas.