Después de cuatro temporadas vistiendo partido tras partido la pesada camiseta del Sevilla, Álvaro Negredo se marcha del club de Nervión sin haber conseguido que la siempre exigente grada del Ramón Sánchez-Pizjuán lo venerara unánime e incondicionalmente. Quizá tuvo que escuchar más murmullos de los que cabría esperar hacia un delantero que nunca dejó de ver puerta y que, con sus goles, que no fueron pocos aunque también podrían haber sido algunos más, mantuvo con vida en el último año a un equipo peligrosamente frágil. No, el rendimiento y los números de Negredo como sevillista no fueron malos; más bien todo lo contrario.