No es consciente el sevillismo del daño que puede hacer con sus tonterías y falta de madurez. Ya coreó con más fondo de sorna que de ánimos al jugador la última –y única– actuación de Munas Dabbur en el Ramón Sánchez-Pizjuán. También celebró con un punto de guasa (es verdad que mezclada con la alegría de los tres puntos) el primer gol de Luuk de Jong con la camiseta del Sevilla en partido oficial ante el Levante. Y hoy, con un rival claramente inferior asomando por la bocana de vestuarios del estadio nervionense, puede volver a producirse eso que es lo peor que le puede pasar a un jugador de fútbol, que su propio público se lo tome a cachondeo, en esta ocasión además por cosas que no tienen nada que ver con lo meramente futbolístico, o con lo que el chaval puede dar sobre el campo. Corre el riesgo Dabbur de que su nombre se asocie a un pulso entre el entrenador y la grada que ya hace tiempo que debería haberse quedado en una anécdota. Si juega el israelí de inicio, la grada lo celebrará como un triunfo o como un maná caído del cielo como respuesta a sus súplicas. Si no lo hace y sale unos minutos al final, se repetirán probablemente esos gritos de ánimo que tanto molestaron a Lopetegui el día del APOEL y que estaban más cercanos a la chanza que a otra cosa.