«No hay dinero que pague el placer de verte jugar aquí». Aquella frase salió de la boca del presidente sevillista, Ramón Sánchez-Pizjuán, para referirse a Juan Arza. Eran los años cincuenta. Medio siglo después, no hay dinero que pague el placer que siente la familia sevillista cuando La Giralda presume, orgullosa, de poder ver jugar a Banega en Nervión. Entre otras cosas, porque Éver Maximiliano David Banega Hernández, de profesión, futbolista de época, es uno de los elegidos del imaginario colectivo hispalense. Un gran reserva que, como los buenos vinos, mejora con los años. Introvertido fuera del césped y general acorralado dentro de la cancha, Banega devuelve al espectador el precio de cada entrada. Metrónomo indiscutible, dueño de la pelota y conocedor de sus secretos, el argentino es el GPS del equipo. Si el Sevilla necesita reposo, él frena. Si el rival sufre, él acelera. Su gran cualidad: marcar los tiempos.