Como el chiste de aquel padre que tenía dos hijos, uno muy optimista y otro muy pesimista, a los que puso a prueba en una noche de Reyes, la afición del Sevilla se encontró ayer con dos sentimientos encontrados. Los hubo y los hay aún hoy, víspera de un desplazamiento para una final europea, que querrán martirizarse -y con toda la razón del mundo- con el dudoso honor de ser el único equipo que cierra la Liga sin lograr ganar ni un solo partido fuera de casa, pero los hay y los habrá también que salgan de su casa con el pecho henchido por ver a su Sevilla convertirse en esta semana en el único club que puede aspirar a sumar dos títulos.