Cuando Banega quiere, cuando está cómodo, cuando toca el balón y le sale la primera jugada, ya saben los rivales que poco o nada pueden hacer contra su corriente de desequilibrio. Éver siempre fue a otro ritmo, y Monchi lo sabe. Los artistas, los que tienen esa sensibilidad para profundizar donde otros ni siquiera se atreven a mirar, dibujan caminos de emoción. Ayer, Banega lo volvió a hacer. Y ahora, con el tiempo en contra, cada partido que juega es un regalo.