No importa a qué hora sea el partido. Una hora antes me tomo mi café, sólo y sin azúcar, en el bar de siempre. Desde allí todavía no se ve el Sánchez Pizjuán, pero ya se puede escuchar. Porque el Sánchez-Pizjuán siempre ha tenido su propio sonido, incluso cuando cualquier día me acerco al Estadio (que es como siempre lo hemos llamado los sevillistas) y está vacío. Ese día también suena. De forma distinta, pero suena.
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