«Caparrós, te quiero». Ese sonido coral de los más de 20.000 valientes sevillistas, que se dieron cita en el Ramón Sánchez-Pizjuán para despedir a un entrenador que es leyenda en Nervión, tardará en olvidarlo el protagonista. Lo llevará siempre en su memoria y en su corazón. La imagen fue brutal. Un Joaquín Caparrós empapado por la lluvia. Su emoción incontrolable, con el rostro repleto de unas lágrimas que se unían al agua que caía sobre la ciudad. El llanto de un niño. La emoción de un sevillista que un día soñó con ayudar al club de su alma, sin imaginar que colocaría los pilares de los éxitos incalculables que llegaron años después.
