Unai Emery está creciendo en el banquillo del Sevilla con los mismos pasos agigantados que lo hace su equipo y cada uno de sus hombres. No hace mucho tiempo, y con un título en Nervión dentro de sus avales, el entrenador seguía oyendo ese runrún característico del público del Sánchez Pizjuán cuando una decisión no le satisface. El vasco seguía, a ojos de neófitos en la tarea de dirigir un equipo, un patrón exacto. Las sustituciones se repetían, casi con exacta coincidencia, una jornada tras otra, llegando a enervar al socio más pacífico. Incluso el propio Emery reconoció públicamente, en tertulias donde se encontraba cómodo y manejaba la situación, que era uno de esos aspectos a pulir.